J.C. García de Polavieja P. Es también imposible dar cuenta de los miles de “cambios de vida” que se han producido en Medugorje, visitado por bastante más de treinta millones de personas, arrebatándole a Satanás almas que mantenía en barbecho por su dominio de las “superestructuras.
Muchos amigos dignos de confianza afirman que, sin lugar a dudas, en aquella aldea bosnia – donde nunca he estado – se aparece la Madre de Dios desde 1981. Les doy crédito por la confianza que me merecen; además por otras revelaciones que avalan esas mariofanías y, sobre todo, por tener a la vista algunos entre sus innumerables FRUTOS (Mt 7, 16-20). El Espíritu Santo jamás rubricaría una aparición falsa, y lo que está propiciando desde aquella aldea balcánica, hace más de treinta años, es una auténtica revolución religiosa: datos cuantificables lo prueban.
En otra aldea de Cantabria, Garabandal, Nuestra Señora se apareció “supuestamente” a unas niñas hace ya medio siglo, y lo que podría haber sido más revolucionario aun que Medugorje se quedó en alimento de minorías, debido a la oposición del episcopado español… De haberse reconocido Garabandal por la Iglesia, la historia reciente de España habría sido muy distinta. Las consecuencias espirituales, políticas y sociales de haberlo despreciado, que hoy padecemos todos, deberían hacernos meditar lo que está en juego con el reconocimiento de Medugorje. Aunque Dios escribe, a veces, con renglones torcidos y, al final, siempre acaba cumpliendo sus designios. Ambos lugares parecen tener en común un doble fenómeno: Su alcance escatológico en el plano espiritual (Medugorje) y profético (Garabandal) por un lado, y, por otro, las complicaciones interminables para el reconocimiento de su carácter sobrenatural. Parecen oportunos pues unos comentarios breves sobre ambos lugares de “supuestas” apariciones, aunque sólo sea debido al respeto que merecen los desvelos de la Madre de Dios y Reina del Cielo (y de la Tierra) así como a la urgencia, ya apremiante, de que un mayor reconocimiento oficial de su protagonismo le deje las manos libres para auxiliar a la Iglesia.
No es casual que las apariciones de Medugorje – comencemos por ellas -empezasen un 24 de junio, festividad de San Juan Bautista. Se haría demasiado largo tratar de explicar la provisión por el Cielo de fechas y festividades – para ello, los interesados disponen de la obra, ya clásica, de Carlos Vidal “… Y los suyos no La recibieron” – pero es importante subrayar que, apuntando al Precursor de la primera venida de su Hijo, la Virgen dejaba entrever su propia misión actual, preparatoria de la segunda. Medugorje entró en la historia precedido por esta alusión joánnica, bastante clara, debido a la importancia escatológica de la preparación de los espíritus que se hace en ese lugar. San Juan Crisóstomo, Padre de la Iglesia, había explicado el rito del Jordan, dejando muy claro que aquel bautismo de agua tenía, por designio divino, la facultad de preparar las conciencias del pueblo elegido para la llegada del Mesías (Homilías XVII, Epifanía del 387). La llamada de Nuestra Señora a los miles y miles de personas citados y conducidos por Ella a Medugorje, tiene un propósito similar de conversión, un bautismo interior, salvando distancias y formas, orientado a preparar los corazones antes del retorno de su Hijo para rectificar la historia. María es la encargada de modelar en su seno, a imagen de Jesús, al hombre invitado al Reino Nuevo tras la purificación del mundo. Una tarea que Ella realiza mediante llamamientos personales y esfuerzos ímprobos con cada alma – doy fe de ello – en todas las latitudes; pero que tiene su manifestación más expeditiva en esa aldea balcánica. Porque allí el Espíritu Santo estruja literalmente los corazones, convirtiendo los más pétreos en corazones de carne sincronizados al latido divino…
Es también imposible dar cuenta de los miles de “cambios de vida” que se han producido en Medugorje, visitado por bastante más de treinta millones de personas, arrebatándole a Satanás almas que mantenía en barbecho por su dominio de las “superestructuras”. Grandioso rescate mariano de las personas, una a una, que desinfla la burbuja alienante del monstruo bajo sus mismos pies. Son de sobra conocidas las experiencias catalogadas por sor Emmanuel, los casos recordados oportunamente por Jesús García o los videos “tumbativos” de María Vallejo-Nágera que están sacudiendo el sopor espiritual en lugares insospechados. Cuando se arriesga la profesión, la imagen o el prestigio para servir a la verdad, es prueba inequívoca de que la Providencia está detrás de estos fenómenos.
Por ello, aun respetando la prudencia de la Iglesia respecto a una mariofanía en curso, que es muy comprensible, resulta difícil contener la impaciencia ante la lentitud de los procedimientos incoados. No está en nuestro ánimo discutir los tiempos de la comisión presidida por el cardenal Ruini, quien había anunciado que su estudio sobre Medugorje estaría listo a fines del 2012 – plazo alargado posteriormente – pero parece oportuno hacer pública la preocupación que suscitan tales dilaciones cuando se contemplan a la vista de los problemas de la Iglesia: Ese estudio, que no acaba de ver la luz, deberá pasar posteriormente por la Congregación para la Doctrina de la Fe, presidida por monseñor G. Müller, lo que significará desgraciadamente un nuevo aplazamiento, mientras el tiempo teológico, por el contrario, corre desbocado.
Para que la urgencia se entienda, enmárquese el programa de la Gospa dentro de una visión más amplia de las asechanzas que pueden cernirse pronto sobre la Barca de Pedro: El llamado N.O.M., a través de sus think-tanks más representativos plantea, explícitamente desde la “Comisión de Comisiones” de marzo pasado, un entramado religioso que se pretende configurar a partir de “las enseñanzas básicas de los fundadores de las grandes religiones”. Estos cantos de sirena se elevan en torno a una Barca gobernada por un Vicario de fidelidad irreductible a Cristo, pero condicionado por su edad. El eco de tales melodías dentro del catolicismo se limita, por el momento, a nebulosas conjugaciones, por algunos incautos, de “la radical esencialidad del fundamento de la Fe” con “las dinámicas de la sociedad contemporánea” y otras sugerencias retorcidas de “de-secularización”; pero es evidente que fuerzas poderosas, a espaldas del Papa, calibran el reconocimiento de Medugorje como una amenaza muy peligrosa para el deslizamiento sincretista. De ahí las chinitas burocráticas e injerencias “bienintencionadas” en el desempeño de la comisión. Y de ahí que parezca cada vez más necesario no confundir aquellas dificultades derivadas de la prudencia, del acomodo de las piezas jerárquicas implicadas en el caso, con otros influjos retardatarios que no tienen la misma justificación, porque obedecen a propósitos nada claros. O demasiado oscuros, según como se mire.
Los sectarios saben que la preparación espiritual del Reino de Cristo depende en buena medida del esfuerzo de su Reina y Precursora: un esfuerzo manifiesto y arrollador en Medugorje. La maquinación contra esa mariofanía no se agota, por ello, con la congelación a perpetuidad de su reconocimiento oficial, sino que busca, por caminos tortuosos y mediante “carismas” contaminados, convertir aquella plaza fuerte de María en otro Glastonbury para la Era Acuaria, es decir, en otro centro de folklore esotérico. Es difícil que Nuestra Señora permita tal desastre en su cabeza de puente celestial, en su avanzadilla del Reino… Pero, ciertamente, Ella tampoco puede forzar la libre decisión de la Iglesia, aun teniendo firme propósito de modelar también, a poco que se presten, a sus doctores. La Virgen desearía evitar la repetición de lo ocurrido en tiempos del Bautista, cuando “los fariseos y doctores de la Ley frustraron el plan de Dios al no bautizarse por él” (Lc 7, 29-30). La confirmación oficial por la Iglesia de la presencia de Nuestra Señora en Medugorje puede ser la clave que evite semejante sequía de las almas encumbradas, análoga a la que impidió a la casta sacerdotal hebrea reconocer al Mesías.
Si se entendiese esta relación íntima entre el trabajo de María en Medugorje y otros lugares, con la fortaleza de la Iglesia en el plano institucional y con el propio esfuerzo del Papa, el reconocimiento de estas apariciones sería inmediato: Sería un reconocimiento formalmente humilde, pero con signos de gratitud a la medida de su protagonista.
Todavía estamos a tiempo de rezar por ello. Y están a tiempo, por el momento, de llevarlo a cabo.
Fuente: www.religionenlibertad.com