06/11/2013 – Los videntes: puente entre dos realidades

Si una persona del más allá se comunica, el vidente capta la comunicación según sus recursos y habla con su lenguaje limitado.

Por lo tanto, las apariciones no tienen la función de ofrecernos lo absoluto, la totalidad, sino que es una comunicación limitada.  En este sentido, las palabras del vidente no son ni las Sagradas Escrituras ni nos transmiten la Palabra de Dios. Un vidente nos ofrece un eco filtrado, limitado y condicionado de la comunicación de Dios, pero sin beneficiarse de la gracia de los redactores inspirados que han escrito la Biblia.

Es necesario reconocer la relatividad de las apariciones, aunque sin exagerar.  Para los auténticos videntes las apariciones son un encuentro personal y es una evidencia que implica mucho más que cualquier otra.  “Yo veo: no puedo decir lo contrario”, repetía Bernadette ante las amenazas del comisario y de los jueces.  Después del éxtasis vuelven al mundo ordinario, como del más real al menos real, de la plenitud a la banalidad.  Es justamente lo contrario del despertar de un sueño, donde lo real anula la inconsistencia del sueño: los videntes vuelven a las vicisitudes de un mundo incierto en el que viven como cada uno de nosotros.

Hay que reconocer cuántos problemas inexplicables surgen en torno a las apariciones, pero esto no es un motivo para rechazarlas, porque aquí abajo todo es enigmático y donde todo está sometido a las leyes del futuro; el hombre navega en lo enigmático desde que nace hasta que muere.

Por eso la Iglesia no atribuye infalibilidad a su juicio sobre las apariciones.  Cuando reconoce la autenticidad de una aparición no dice: “La Virgen se aparece aquí, es seguro y estáis obligados a creerlo”.  Dice: “Tenéis esta y esta razones para creer. Es un beneficio que da sus frutos, os invitamos a creer pero sin la obligación de la fe”. Por el mismo motivo los papas han evitado constantemente ser jueces de las apariciones y dejan este fenómeno a las autoridades locales, incluso cuando el acontecimiento tiene un alcance universal.

En estos casos los papas no dudan en confirmar los juicios del obispo del lugar, animando a los que frecuentan los lugares de las apariciones, yendo ellos mismos como Pablo VI y Juan Pablo II a Fátima, o como Juan Pablo II a Lourdes, pero realmente no comprometen de modo formal la infalibilidad de la Iglesia. Por ello, las apariciones no tienen la certeza propia de los dogmas de fe.  Entonces, los dogmas y las apariciones no están al mismo nivel de la fe.  Los videntes son un canal más o menos frágil, más o menos puro.  Sus mensajes no son la Palabra de Dios, como la Biblia: es importante subrayar la diferencia. No son para nada infalibles como lo son, sin embargo, las enseñanzas solemnes del Papa cuando habla ex cathedra. En lo misterioso de las apariciones, el elemento es particularmente ambiguo y sujeto a ilusiones ópticas.  La cercanía del Reino de Dios, hacia el cual caminamos, lo hace parecer próximo a quien se lanza ardientemente hacia esta meta, como la cima de una montaña parece más cercana – casi se puede tocar – a quien inicia una larga y laboriosa escalada, donde a menudo perderá de vista la cima.  El fin al que Dios nos invita es constantemente inminente.  Aquello que es inminente parece cercano.  En la más antigua de sus epístolas, S. Pablo pensaba que vería el retorno de Cristo antes de su muerte (1 Ts 4, 17).

No debemos asombrarnos si los videntes son víctimas de la misma ilusión óptica.  Aunque si a través de ella se estimula el ardor y la vigilancia, debemos preocuparnos de considerar la inminencia como una cercanía en el tiempo.  En Medjugorje la comunicación con el mundo exterior normal se interrumpe para dejar espacio solamente a las apariciones.  Entonces, ¿todo es un sueño?  No. Las pruebas científicas demuestran que no se trata de un sueño sino de verdadero éxtasis.  Además, los videntes perciben a la Virgen como una realidad más real y más evidente que la del mundo en que viven.  El final de la aparición no constituye para ellos un despertar, una vuelta a la realidad, sino la vuelta a otra realidad, bien diferente de la verdadera realidad que han visto.

Las “comunicaciones” que tiene el vidente son evidentes para él, pero le sobrepasa el misterio.  No es la persona más adecuada para interpretarlo.  Las manifestaciones de Dios como apariciones y milagros son un misterio, también para los videntes, que no se dan cuenta del todo.  Lo superan y superan su lenguaje.  Incomodan sobre todo a los testigos externos: fieles, expertos de varias comisiones, obispos, a los cuales no se les da experiencia y que la estudian, yendo a tientas, desde fuera, como si estuvieran al otro lado de un muro.  De hecho, Dios se manifiesta aquí abajo, no de una forma plenamente evidente, sino en claroscuro.  Estas sensibles manifestaciones, a veces sorprendentes, no nos proveen de una certeza geométrica, más bien se prestan a objeciones, y no son nunca pruebas absolutas.  No fuerzan la libertad, no la eliminan, ni siquiera en casos extraordinarios como el de San Pablo, deslumbrado en el camino de Damasco. Son muestras de amor.  Felices los que lo comprenden y de esta forma experimentan la presencia y el poder de Dios y la cercanía de Cristo y de su Madre.

 Fuente: Medjugorje – Junio/Julio 1990 – Revista de la Asociación “Comitato Medjugorje” de Milán (Italia)

Traducción del italiano a cargo del equipo de www.virgendemedjugorje.org

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