Acabo de regresar de Medjugorje acompañando a un grupo de cien peregrinos que partió desde Madrid. La maravilla de este grupo ha sido la novedad, ya que apenas hubo repetidores.
Ha sido un viaje duro por la crudeza del mensaje que Mirjana transmitió el sábado, pero ha sido una delicia, una maravilla ver como a todos esos nuevos les iba cambiando la cara según pasaban las jornadas, desde ese gesto de suspicacias interiores a ese otro de haber llegado a casa, pasando, claro está por esa mueca intermedia que cabalga entre el asombro y la sorpresa: “Uy, yo no había venido para esto… pero me está gustando”.
Podía contaros extensamente todo lo que hemos hecho por allí todos estos días, pero voy a resumir en una frase: Se confesó hasta el tato. Incluso los más reticente no sólo con el fenómeno, sino con la Iglesia. Diez años, quince años, veinte años después… Incluso hubo quien llevaba toda la vida sin confesarse. Sí, ellos se confesaron. Esos son los frutos de Medjugorje. Lo demás, me importa bastante menos de lo que pueda parecer a veces.
Eso me demuestra una cosa: en realidad, todos buscamos lo mismo. Todos tenemos la misma necesidad, y en Medjugorje, es más fácil encontrarlo. Es así de sencillo.
Volviendo a la dureza del mensaje. Mi amigo Manolo Barreda me ha hecho una reflexión: “Ya está bien de conversaciones y charletas sobre lo bien que lo pasamos. Hay que actuar”. Ese hay que actuar quiere decir una cosa: vive los mensajes, Jesús. No hables de ellos y vívelos. Y todo será más fácil. Todo será mejor.
Jesús García. Periodista.