Os voy a contar una pequeña historia en la que se mezclan sueños, trabajos, dudas, amigos, silencios… y la Virgen María lo va tejiendo todo como un jersey a medida para mí, y para el mundo entero.
La historia de esta foto creo que empezó a cuajarse hace unos quince años, cuando un tipo llamado Joe al que no conocía entonces, viajó por primera vez a Medjugorje.
Hace cinco años, cuando trabajaba en el Semanario Alba, un jovencísimo equipo de trabajo vivimos una de las experiencias profesionales más alucinantes que he podido conocer, que fue el lanzamiento y asentamiento del periódico. Todos teníamos entre 26 y 30 años y nos pegamos unas curradas alucinantes. En aquella redacción había una atmósfera diferente que hacía que trabajásemos con un plus de dedicación. No dependía de nosotros, era el proyecto, era la misión. Era una especie de vocación, y como digo, eso no dependía de nosotros.
Pero aquella redacción en la que Pablo Rodriguez y Gonzalo Moreno –con quien hice mi primer viaje a Medjugorje y hoy está en el seminario- se mataban a vender periódicos, pululaba Gonzalo Altozano, un aspirante a crack del periodismo con aspecto de sibarita abandonado, Sonsoles Calavera y su incansable entrega, su convencimiento en el trabajo… Miguel Jaque, Andrés, Carlos… pero a este pedazo de equipo le faltaba uno, y ese era Borja Mec.
Borja llegó con una mochila llena de ideas nueva, rompedoras. Era algo así como un especialista en marketing volcado al periodismo. Solo le faltaba lo que Alba nos aportó a todos, que creo que fue una especie de conversión. En serio. Cada uno por diferentes circunstancias, vivimos en aquel tiempo una experiencia de conversión y otra de conocimiento de la Iglesia. En palabras de Borja, aquellos diez mese para él fueron como un retiro espiritual, una especie de curso avanzado en el conocimiento de Dios.
La estancia de Borja en Alba no duró ni un año, suficiente para conocer a lo que yo llamo mi alter ego periodístico. Hicimos juntos un par de reportajes de lo mejor que he firmado. A su lado, yo crecía. Hicimos dos o tres viajes en los que no era la cabeza lo que paría ideas y temas a porrillo. Era del corazón de donde nacían sueños e ilusiones con una clarividencia impresionante sobre la evangelización, es decir, del anuncio de que Dios hecho hombre ha muerto por ti y por mí y ha resucitado, a través del mundo de la comunicación.
Sin embargo, aquellas ideas tan claras no tenían forma visual. No éramos capaces de ponerle música y color a lo que intuíamos con el corazón. Hasta que un día dimos con la web de una productora norteamericana que puso en una pantalla ante nuestros ojos aquello de lo que tantas veces habíamos hablado entre artículos más o menos decentes y cierres de espanto. Se llaman Grassroots y son de Brooklyn, NY.
Desde entonces les seguimos de cerca. Sus documentales Fishers of Men y God in the streets of New York nos marcaron una línea de trabajo escrito. Aquello era bueno, era auténtico y se podía hacer. Un documental sobre la Eucaristía podía resultar comercial, atractivo para las granes salas comerciales, los areópagos de nuestro tiempo. Ahí nos dimos cuenta de que si san Pablo se hubiese encontrado una Handycam Sony y un ordenador con Youtube, se hubiese puesto como loco de contento.
La última producción de Grassroots se llama The Human Experience. Desde que vimos el trailer con nuestro inglés de Madrid, nos marcamos un objetivo. Sentarnos con ellos a hablar. No queríamos estrenar su peli, ni imitarlos, ni pedirles trabajo. Solo queríamos sentarnos con ellos a hablar, mirarnos a los ojos y ver si en los suyos veíamos reflejada la misma inquietud que se asoma por los nuestros. Estábamos dispuestos a irnos a Brooklyn al precio que fuese y nos intercambiamos un par de emails con uno de los productores. Su nombre es Joe. Pero no fue posible. Sin embargo…
Hace una semana me llegó por email una iniciativa de la diócesis de Getafe. Uno de los productores de Grassroots y uno de los actores de The Human Experience venían a Madrid a hacer un pase de la peli. Se me encendieron todas las alarmas pues la verdad, en principio, no podía asistir, pero hice todo lo posible para poder. Cuando se lo conté a Borja, me dijo que les iba a pedir una entrevista y en menos de veinte minutos teníamos la cita. Era a las 17 horas en el Palafox. Yo no podía ir, pero al final… pude.
Estábamos esperando en la puerta cuando un coche dejó allí a Joe y a Jeffrey –el prota de la peli-. Joe es un hombre que ya ha superado los cincuenta, de pequeña estatura y gesto apacible. Va por la vida como si nunca hubiese hecho nada el tío, y la está liando parda. En su gesto, en su mirada, os digo de verdad que en mi primera impresión reconocí algo. Un sello, un brillo que me es familiar, pero no quise apostar. Era demasiado osado.
Jeffrey vestía jersey fino y camisa blanca. Un joven de 23 años que se calaba una gorrilla de cuero marrón, al más puro estilo yankee. Tengo la sensación deque esas gorrillas de uniforme antiguo de béisbol solo te quedan bien si vives en Brooklyn, pero bueno… Su mirada es limpia, de agradecimiento y de sorpresa. Y así les conocimos.
Borja les machacó a preguntas para una entrevista para su periódico mientras yo quemaba mi Pentax tirando placas. Me enteré de la mitad de la entrevista, que duró unos veinte minutos. Nos quedaban unos cuarenta para sentarnos y mirarnos a la cara. Y lo hicimos, vaya que lo hicimos.
Para empezar, nos confesamos. Éramos sus fans. Ellos se sorprendieron cuando les contamos que les veníamos siguiendo desde hacía cinco años, y la cosa se fue viniendo arriba. Compartimos nuestros puntos de vista sobre la Comunicación y la vida de los hombres. Muchas de nuestras ideas les hicieron sonreír como si hablásemos de la misma cosa.
Entones llegó la pregunta que todos estábamos esperando. Borja arqueo una ceja, agravó su voz y taladrando a Joe con la mirada le preguntó en el inglés mas perfecto del mundo, para que quedase bien claro: “¿Habéis oído hablar de Medjugorje?”. El tiempo se paró. Fueron dos segundos que parecieron largos, sabrosos, densos, cálidos. La mirada de Joe cambio, se hizo respetuosa. Era como haber nombrado a su madre y a su padre. Paseó su mirada sobre las nuestras, de derecha a izquierda, y en voz bajita nos dijo: “Si. Yo me convertí en Medjugorje. Fue hace quince años. El 15 de agosto de 1995”. No lo sé explicar muy bien, pero el silencio ante su testimonio se hizo presente entre nosotros cinco, que también vino Pablito. Creo que todos intuimos que algo estaba pasando pero que no podíamos decirlo. Es de eso momentos de la vida en que los que lo esperamos todo de Dios y vivimos confiados en su Divina Providencia, notamos de forma tangible su presencia. Él estaba ahí, entre nosotros. Llevaba planeando aquello desde hacía mucho tiempo. A partir de ahí, todo fue diferente. Ya éramos hermanos. Sabíamos el mismo idioma porque compartíamos la misma experiencia de amor.
Joe nos dio unas cuantas pautas, nos dio consejos y al final, nos pidió oraciones. Nos levantamos del suelo del cine y nos dispusimos a seguir con lo nuestro, como si nada. Esperar a los amigos que venían a ver la peli, contestar las llamadas perdidas del rato de la sentada… La vida seguía.
La peli en sí no es una peli. Es una experiencia humana en la que todos estamos metidos desde el primer crédito hasta nunca jamás. Con el The End empieza la movida. Trata de dos hermanos que viven en una especie de casa de acogida u orfanato, que deciden vivir una serie de experiencias a través de las cuales encontrar el sentido de sus vidas. Son chicos desarraigados que no saben de donde vienen ni a donde van, que quieren respuestas. Las tres experiencia que viven y graban son con los sin techo en las calles de Nueva York, con los niños abandonados de Lima, y con una comunidad de leprosos en Ghana, pasanso por una crucial visita a unos enfermos de sida moribundos que les arrancan una sonrisa.
Sinceramente, no creo que haya visto nunca nada tan grande en cine ni en tv como este documental. De verdad. Va directo al alma, con nombre y apellidos: Jesús García.
Jeffrey es un chico con muchas dudas. Él explica que el no haber crecido desde una cierta edad con sus padres le ha privado de ciertas oportunidades y seguridades que van mucho más allá de las materiales. Son cosas que solo se pueden construir en una relación de padre con hijo, de madre con hijo, durante todos los días de tu infancia y de tu adolescencia. Jeffrey no encuentra respuestas, pero sí una serie de claves con las que se da cuenta de que sí, de que merece la pena seguir viviendo aún en las más difíciles circunstancias.
Ayer recibí un buen número de claves que llevaba buscando durante años, pero es que las obtuve después de una inquietud nacida cinco años atrás, de la mano de un converso de Medjugorje, en una sala de cine.
Dios siempre ha estado a mi lado. Muchas tardes de mi vida me faltaron los consejos, la ayuda, la compañía de mi padre y de mi madre. Pero Dios, ha estado siempre ahí. Ahora lo sé. Mi fe se ha transformado en certeza.
Uno de los mendigos de New York les cuenta a Jeffrey y a su hermano que si sigue vivo, es porque Dios quiere algo de él aún, y que aún tiene algo para él. En otra escena, un leproso al que se le ha caído un ojo dice con el otro mirando a la cámara y sonriendo que es feliz.
Dios existe, nada de todo lo que he contado sería posible si no existiese. “Este encuentro no es casual. Nos veremos pronto. Nos sabemos cuando, pero estas cosas suceden. Dios te bendiga”. Así se despidió Joe de mí. Y de alguna manera, sé que es verdad.
Por la noche, antes de acostarme para no dormirme, me llegó un email en el que una amiga citaba a Sor Emmanuel:
“Cuando hemos sido elegidos, no podemos vivir como si no lo hubiéramos sido. Es algo indeleble, la llamada de Dios no permite el arrepentimiento. Cuando hemos conocido, gustado tal intensidad de amor, no podemos olvidarlo, estamos marcados.”
Esa era la marca que intuí en Joe al verle bajar del coche. La he visto muchas veces ya como para no reconocerla. No me extrañó que su conversión fuese en Medjugorje. Luego, otra cita más.
“Cuando uno ha hecho daño a Jesús, cuando uno se ha separado de el abiertamente, es entonces la hora de María, ¡la hora de la Madre de las misericordias!”.
Eso es verdad, y yo doy testimonio de ello. Y pienso sicenramente que todos estamos marcados, porque hemos sido creados a imagen de Dios. Yo, y Jeff, y Joe, y Borja, y tú.
La foto de arriba es de ayer. Salimos Borja, Pablito Rodríguez y yo, con Joe y Jeffrey. No fue un encuentro casual. Estaba planeado desde hacía cinco años. Quince tal vez. O más. Aunque nosotros no lo supiésemos. Empezó a tomar forma el 15 de agosto de 1995, en Medjugorje, Bosnia y Herzegovina.
Jesús García. Autor del libro “Medjugorje”. (Ed. LibrosLibres)