“¡Queridos hijos! Hoy os invito a orar y a ayunar por mis intenciones, porque Satanás quiere destruir mi plan. Aquí comencé con esta parroquia y he llamado al mundo entero. Muchos han respondido, sin embargo, es enorme el número de aquellos que no desean escuchar ni aceptar mi invitación. Por eso, vosotros que habéis dicho Sí, sed fuertes y decididos. ¡Gracias por haber respondido a mi llamada!”
“La verdadera y sólida devoción consiste en una voluntad constante, resuelta, pronta y activa de ejecutar lo que se conoce ser del agrado de Dios”. (San Francisco de Sales). “Constante, resuelta, pronta y activa” debe ser nuestra voluntad por hacer aquello que sabemos agrada a Dios. Perseverar en el objetivo de la santidad, poner los medios o buscarlos y, por fin, no quedarse sólo en palabras o en buenas intenciones. Pero Satanás se empeña en destruir los planes de Dios, negar que su voluntad es la única que da vida y salva. Ese es el plan de los enemigos de Dios y de su Iglesia. ¿Cuántas veces queremos hacer simplemente lo que nos da la gana en lugar de hacer lo que debemos? ¿No es eso convertirse en enemigo de nuestro Creador? Nos dejamos dominar por nuestros deseos, por nuestras pasiones, por nuestros anhelos… Nuestros deseos si no son los de Dios se convierten en puro egoísmo; nuestras pasiones cerradas en ellas mismas se tornan en destructivo hedonismo; y nuestros anhelos sin unirlos a los de Cristo se acaban convirtiendo en pecado. Buscar la voluntad de Dios es la única forma de lograr vivir con plenitud nuestra existencia. “Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles; si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas” (Ps. 126, 1). Toda nuestra vida es un discernir que es lo que Dios quiere, en las cosas que nos parecen más grandes y en las cosas que consideramos insignificantes. El cristiano debe buscar hacer siempre la voluntad de Dios, ¿cuántas veces pensamos en nosotros mismos en lugar de fiarnos de la voluntad divina? “Nos creaste para ti y nuestro corazón andará siempre inquieto mientras no descanse en Ti” (san Agustín). Descansar en el Señor significa dejarnos en sus manos, confiar que en su voluntad nos da todo. Pese a los momentos difíciles que nos trae la vida, Él hace lo mejor para nosotros, para nuestra propia santificación. ¿Cómo podemos vivir el amor de Dios si no escuchamos hoy su voz? “¡Ojalá escuchéis hoy su voz! No seáis tercos como en Meribá, como el día de Masá en el desierto allí vuestros padres me probaron, me tentaron aunque vieron mis obras” (Ps. 95, 7-8). Después de ver la obra de Dios ¿volveremos a dudar?
“¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre” (Ps. 116, 12-13). Jamás pagaremos al Señor lo que hace por nosotros, nos ha dado todo y más. En muchas ocasiones nos convertimos en niños mimados, pensamos que todo lo que se hace por nosotros es porqué nos lo merecemos. Somos tan orgullosos que no nos percatamos de que todo en la vida es don, regalo de Dios. Pero nosotros, como el pequeño al que sus padres dan todo lo que desea, nos volvemos desagradecidos. De tal manera que no queremos escuchar, que nos fabricamos una religión a la carta donde no entra ninguna exigencia, ningún esfuerzo. El mensaje de Cristo sólo se puede vivir en su integridad, es un regalo para que nuestra vida sea plena y feliz. “He combatido el buen combate, he concluido mi carrera, he conservado íntegramente la Fe” (2 Tim. 4, 7). Desgraciadamente muchos no acabamos de aceptar totalmente que Cristo se quiere hacer uno con nosotros en nuestras vidas. No somos agradecidos. No aceptamos el enorme regalo que para nosotros significaría nuestra conversión. Dar las gracias es un signo de amor y de humildad. Todo lo debemos Dios: “Te daré gracias, Señor mi Dios, con todo mi corazón y glorificaré tu nombre para siempre. Porque grande es tu misericordia para conmigo; y has librado mi alma de las profundidades del Infierno” (Ps. 86:12,13). Agradecer al Señor sus dones es el principio de la verdadera conversión. No podremos orar desde el corazón si no sentimos de forma real y constante agradecimiento a nuestro Creador, al que nos ha dado la vida y la sostiene.
“El alma que anda en amor, ni cansa, ni se cansa” (san Juan de la Cruz). ¡Qué esta frase se convierta en nuestro lema! Si amamos verdaderamente al prójimo ni los cansaremos ni nos cansaran, estaremos siempre prontos para servir a Dios en el otro. Si amamos realmente al Señor ni nos cansaremos de estar con Él ni Él se cansará nunca de nosotros, nuestra oración será constante. Pero, sobre todo, el Señor ni cansa ni se cansa de nosotros. Él es Amor, el Amor. Por este motivo no deja de querer intervenir en nuestra vida para salvarla, para vivificarla. ¡Qué la Gospa nos ayude a vivir con profundidad todo esto!
P. Ferran J. Carbonell